Narrativa sobre mis avistamientos de aves
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- Publicado en May 05, 2018
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Con motivo de la convocatoria intercontinental de Avistamiento de Aves, el sábado 5 de mayo, quiero compartir esta crónica personal relacionada con el tema. Soy villavicense y mi infancia, adolescencia, juventud y otro poco más transcurrió en sector ribereño del caño Parrado y mi casa colindaba en su patio con la otrora famosa quinta Villa Julia.
Ver: Algunos sectores rurales de Villavicencio, ya cultivan maracuyá
Tal posición geográfica permitió a la muchachada del vecindario estar en contacto cotidiano con fauna y flora nativa que por allí también tenían sus habitats.
Sobre ciertas aves y el juego de pajariar
Sin mayor dificultad aprendimos a conocer aves con sus nombres populares transmitidos voz a voz, también a distinguir sus cantos. Entre las especies que más recuerdo están los pequeños cucaracheros, las mirlas blancas y embarradoras, los pímparos, jiriguelos, azulejos, chupaflores y la especie más grande los chulos porque cercana era la plaza de mercado con sus famas o carnicerías que les suministraban raciones no comestibles de carne de res, también en razón a que el caño ya se utilizaba para arrojar animales muertos.
En estos días de preparación de la jornada de avistamiento internacional de aves, he escuchado como sinónima de tal ejercicio contemplativo la palabra “pajariar”. Más sin embargo, debo contar que para la época de mi historia dicho término tenía significado totalmente contrario, pues consistía en cazar pájaros con caucheras, también las llamábamos flechas, que disparaban piedras.
En tiendas y cacharrerías la muchachada compraba las artesanales y depredadoras armas. Aunque parezca mentira, nunca maté un pájaro con dicho objeto de caucho y badana, pues pésima puntería tuve.
En la ruta del río Ocoa a la sede de la Unillanos Barcelona:
Mi memoria retiene que por allá en los finales de los años setenta e inicios de los ochenta, en temporada de lluvias bajando a mano derecha en los charcos de los potreros miraba cada año manadas de patos pequeños con plumaje de color café. Quizá eran especies migrantes que por ahí tenían sus paraderos.
Años después en el cauce del río Ocoa, en tiempos de sequía, empecé a ver llegar garzas blancas, rojas y negras espectáculo que antes no ocurría. Con detenimiento observé que entre las escasas y mal olientes aguas tipo alcantarilla, las aves buscaban comida. Lo anterior me llevó a pensar, que cada año para alimentarse las acuáticas aves remontan el contaminado afluente y que por tanto se convierten en carroñeras.
Mis dos más importantes observaciones de aves:
Durante mi vida he tenido dos grandes momentos de asombro al contemplar en medio natural aves regionales.
La primera oportunidad sucedió viajando del sitio de La Nevera a Orocué, Casanare, era el 1 de febrero de 2007. En misión periodística de Llano 7 días íbamos Marta Gonfrier, Hernando Herrera, Jorge Peña y yo. En un banco de sabana tostada y sobre la orilla de la carretera vimos un grupo de garzas y garzones. Despacio nos aproximamos para poder contemplar los plumados seres.
Llamó mi atención el porte y tamaño de los dos garzones, el llanero les dice garzón soldado. De pronto se prepararon para decolar. Pensé que por tamaño y peso les sería difícil hacerlo. Pero me equivoqué. Abrieron sus alas enormes y luego de pocas zancadas tomaron vuelo. Como avionetas alcanzaron altura y viajaron a lejano rumbo.
Once años después, en distante lugar del anterior volví a quedar asombrado con otra ave.
Ocurrió en la tarde del anterior Viernes Santo en un restaurante campestre de la ciudad de Granada, Meta, relativamente cerca del río Ariari al que llegué con mi hermana Marta, mis sobrinos Julián y Claus y mi cuñado Gabriel.
El establecimiento gastronómico tiene lago artificial con un islote en el centro y al rededor tiene pasto, arbustos y árboles. Mientras nos atendieron, en alta rama de un árbol cercano a la orilla vi una especie de garza grande de color negro con las plumas de su “espalda” color gris ceniza, además de tales atributos llamó mi atención su largo cuello.
Mis compañeros de mesa igual la detallaron. Al muchacho que nos atendió, le pregunté ¿qué ave era esa?, me dijo que un pato que se consume en el agua. Lo puse en duda, pero continué observando la bonita especie que con el pico se arreglaba el plumaje.
De un momento a otro abrió las alas, por lo que alerté a mis familiares. En rápido instante contemplamos su vuelo en picada al agua y con enorme asombro la vimos consumir en el lago. Luego sacó un poco el cuello y de nuevo se consumió. Quizá nadó bajo el agua, pescó y salió por sitio diferente porque no la vimos reaparecer. Esa tarde de día santo, nuestra capacidad de asombro llegó al límite más alto por tan bello regalo de la naturaleza
Pero mi curiosidad quedó latente y solo la pude despejar días después cuando llamé al llanerólogo amigo Hugo Mantilla Trejos. Le describí el ave vista en territorio granadino. Luego me dijo: “compañero es una codúa cuello de serpiente”.
El nombre de codúa solo lo había escuchado referir en joropos y pasajes. Luego de despedirme de Hugo, ingresé a Google y busqué la palabra codúa, más sin embargo aparece como “cotúa”. Culmino esta crónica agradeciendo al amigo fotógrafo Juan José Niño Ortiz, con sede en la capital araucana, quien amablemente me ha facilitado las dos fotos que ilustran el texto.
Corresponden a la del Gaván, Javiro o Garzón Soldado, así como la de la Codúa, Pato Aguja o Pato Serpiente, logradas con sus cámaras en geografías del departamento de Arauca.